lunes, 31 de agosto de 2009

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No hay nada como ir al cementerio y sentir el aroma a flores secas, sentir como el cuerpo es invadido por sensaciones únicas, compenetrarse con toda la historia que hay en estos lugares, observar más allá de las tumbas y los cadáveres, respirar profundo y permitir que tus pupilas reflejen la textura tétrica que abunda. Ese olor a muerte tan carácterístico, que se impregna en la piel y da escalofríos. Perderse en este laberinto, lleno de carne humana podrida y fresca, que no juzga edad, color de piel o estatus social, recibe a todo cuerpo aquél que se ha llevado la muerte. Es aquí donde termina una historia y comienza otra, es aquí donde por las noches bailan las calaveras, es aquí donde las almas perdidas buscan su cuerpo y es aquí donde mejor se alimentan los gusanos.
Es bueno ir al cementerio y familializarse con lo que será la próxima casa de nuestros cuerpos.

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